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Mes: agosto 2020

El bazar a lo lejos

El bazar a lo lejos

Y vi un bazar a lo lejos
en medio de un páramo
metido entre riscos
y entre hojas de cáñamo.
Y allí vivían unos seres extraños
que no tenía párpados
y veían la realidad en cuatro lados,
junto todo el mundo y sus vástagos
en archipiélagos concentrados
tan diminutos como un átomo.

E hicieron una poción
de color cobalto
con un sabor terroso
y caliente como un caldo.

Era el momento del fuego
del péndulo dorado
donde todas las sombras
se mostrarían por un rato;
para recordar al tártaro
o el infortunio inadecuado
con un mesías negruzco
que parecía chamuscado.

Pero no era tal,
solo una duda mísera
que se había petrificado,
dentro de un espejo
donde habitaba el villano
cerca de un espacio cóncavo
en la fauces de un hexágono;
un espacio multicolor
a punto de ser catapultado.

Solo había que dar un paso:

Y volé hacia el mercado,
hacia el bazar de los astros
donde estaban los dioses
y los seres sin párpados.
Todos allí aglomerados
haciendo predicciones
sobre rocas de alabastro;
desprendiendo especias
de un color jaspeado,
un aroma mágico
que recordaba al primer árbol.

Y allí lo vi plantado
robusto como antaño
sin nada separado.
Un magnífico Sálamo
que se manifestó un sábado
en una fiesta concéntrica
donde bailaban los humanos.

Gracias a Laurentiu Morariu por la foto

El río dorado

El río dorado

Y salté al vacío
tras muchos siglos
donde todo estaba oculto
y un poco ennegrecido.

Y aterricé en un río
de color amarillo,
dorado y exuberante
como al principio.
Y empezó a fluir hacia
lo desconocido,
hacia lo jactancioso y elevado
incluso hacia vespertino.
Y todo brillaba,
todo allí era muy vivo
de aguas trasparentes
que Iluminaban como el vino,
con tesoros flotantes
en medio del camino.

Y al fondo vi un castillo
macizo y elevado,
en un meandro del río.
Parpadeaba en vilo,
todo alargado
y todo escondido,
rompiendo los colores
en miles de trocitos.

Y me acerqué con sigilo
como si fuera un chiquillo
a escuchar todos los sonidos
que pervivían en el olvido.
Y justo en ese momento
una sombra de color olivo,
briosa y extendida,
me susurró al oído:

“Por fin te has atrevido
a saltar al vacío;
llevas tanto escondido
que has olvidado el camino,
pero este río te empujará
hasta el centro de tu destino,
donde fluyen las letras
y todos los escritos.

El miedo es una mampara
que nubla el juicio,
te aísla de los demás
incluso de ti mismo.
No hay nada que temer,
no hay resquicio clandestino
todas las sombras se evaporan
al nadar en el río.

¿No ves que es exuberante,
espumoso y vitalicio?
Es la corriente que te une
hacia al castillo,
donde están todos los sonidos,
todos los fonemas
del libre albedrío.
Una mano esponjosa
que llena el apetito.

No temas querido amigo,
nada como siempre
y tanto has querido,
con los brazos hacia delante
y con espíritu atrevido.

… Ella ya está en el río
con los brazos abiertos
y su sonrisa de membrillo
esperando en la aguas
en medio del camino…»

Gracias a Larisa-K por la foto.

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