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El poema de la uva

El poema de la uva

Una uva me cantó una canción
con el sonido de las cunas,
en medio de la bruma
cuando no había duda alguna,
solo la noche y materia oscura.

Sobre sus soliloquios con la luna
que conoció hace milenios
mirando a las alturas,
supongo que más allá de la una
cuando jugaba con sus deditos
que estaban hechos de racimos.

Le contaba leyendas desconocidas
sobre los secretos de la vida,
de una luz muy poderosa
que rodeaba todas las cosas.

Y en esto apareció un puma
que le pirraba la fruta
y tal era su hambruna,
que casi la hizo pedazos
de un solo bocado.

La uva había quedado muda
ante semejante criatura
pero solo durante un rato
mientras miraba profunda al gato.

Y le habló del deseo
y también del apego,
de otros grandes misterios
que circundaban el ego.

“Se que podrías hacerme zumo
con solo acercar tu puño
y estaría muy rica
pues apenas tengo pepitas.

Pero has de mirar más adentro
donde están los secretos,
donde se guarda la sabiduría
y nace la serendipia.
Tu yo nos hemos encontrado
en esto consecuente acto.”

Y el puma le dio dos chupadas
y se fue con la mueca contrariada.

Y a la uva le nacieron pelos de punta
hasta parecer una lechuga,
pero siguió hablando con la luna
y gozando de su altura.

Contaba verdades crudas
para salir de la envoltura
mientras movía la cintura
al ritmo del azúcar.

Y así llegó a viejuna
sin apenas arrugas
con alguna comisura
e impoluta dentadura.

Gracias a Priscilla Fraire por la foto

La doncella del infinito

La doncella del infinito

Te veo en los confines de la tierra
más allá de las sombras
donde las verdades son inciertas
y apenas hay zozobra.

No son los ojos los que miran
ni las manos las que tocan,
en todo hay una neblina
que enmudece a la roca.
Y se quedan frías las montañas
y helados los lagos;
pues es inmensa la pestaña
que concibe colores claros,
esos que descomponen los ojos
y allanan la mirada
hasta que se pone roja
y del todo invertebrada.

Y ando por un campo de luces
con caminos apagados
todo cubierto de hules
y de chopos dorados.

Y estás allí en medio, dubitativa,
pensando en las musarañas,
desnuda como el primer día
y rebuscando entre las palabras.

Y hablas con los árboles
y buscas sus respuestas
más allá del ágape
cuando tu piel era morena.

Y extiendes un dedo
con una actitud lisonjera
que hace cosquillas a los cerezos
y a toda la arboleda.

Y la risotada se propaga por la hierba
y por un plano de la estratosfera,
en un mundo donde no hay capas
ni tampoco enredaderas.

¿Buscas, doncella del infinito
una pregunta en medio del átomo,
tan pequeña como una mota
que te conecte con el páramo?

¿Buscas, incandescente doncella,
esa pregunta certera,
que contenga todas las respuestas
debajo de las cortezas?

Mira entonces en medio de la noche,
allí donde se acaba el orden,
donde se acuestan los soles
y enmudece la materia.

Y pregúntate de una y mil formas,
con esa sonrisa tuya traviesa,
qué tiene tanta gracia
y se oculta tras las piedras.

Gracias a cmolens por la foto

Flores y noche

Flores y noche

Sigo avanzando entre las sombras
y entre tu piel morena
que es como un espejo
al reflejo de las gardenias
que ascienden por tu espalda
y hasta por tu pecho,
como flor de albahaca
y margarita tierna.

Pero solo el roce abre los capullos
antes de la primavera,
como una rosa santa
que busca tu cadera.
En ella estas los lamidos,
en ella están las camelias,
llenas de jardines
y de madrigueras
que pugnan por acariciar tu lirio
más allá de la sierra.
Es una vuelta al camino,
es una vuelta a la frontera
donde arden los matojos
y se revuelven las azucenas.

Y en el clamor del brillo,
en medio de la selva
solo escucho los gritos
de la madre tierra,
que acaricia tus piernas
y toda tu melena
que se revuelve al viento
a base de pellizcos
y de fresas,
para cantar en vilo
una sonata francesa
que rezuma vino
y colores magenta.

Y en el clamor del rito
en esta velada siniestra,
te levantas como un mimo
entre las tinieblas,
para recorrer los olivares
del manto y del delirio
con tu piel tersa,
esa que esta desnuda
esa que está hambrienta,
que se alimenta de graznidos
y de lecha fresca,
dejando tras sí aromas de comino
y de pimienta.

Y tu pechos levantan el aire
y acarician la tragedia,
pues son macizos del olvido
en Sierra Morena
que nutren a los grillos
y a las moreras,
que ahora están llenas de barro
allá, en mitad de la pradera.

Y al torcer la noche negra,
vuelves a la cama
con la boca torcida
y las palabras densas.
Tus ojos son los de un albatros
que claman como un centinela
al placer de las garzas
y al equinoccio de la entrepierna.

Pero no ha acabado la contienda
¡Aún no me has vencido,
noche pasajera!
Veremos qué trae el mañana consigo,
veremos si trae la luna llena
con esas veladas de martirio
y esas caricias somnolientas.

Gracias a PublicDomainPictures por la foto

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