Y del horizonte bajó un ratón con chaleco y espuelas al que todos llamaban Monseñor por sus sagaces respuestas.
Larga era su lengua y aún más sus ideas, no había tregua si dialéctica era la pelea. Tal era su rigor, tal era su destreza que daba igual el tema ya fuera Kórsakov o la vida de Ana Bolena.
Pero estaba cansado de tanta confrontación y de tantas estratagemas. Quería ver más allá de la razón y debajo de los esquemas.
Así una noche bajó del balcón y se fue por la arena para ver al maestro Aquelón de las letras y los fonemas.
Nada más verlo se deslumbró por su reluciente estela y pensó que era un dios que lo convertiría en piedra.
Solo fue una emoción, una duda pasajera hasta que el maestro alzó la voz y monseñor le vio las muelas:
“No tema, Monseñor, no tema. De verdad, no hay dilema. Solo buscas la visión que trasciende los teoremas.
No hay prisión, ni tampoco ratonera, solo formas a la sazón que danzan a tu vera.
Te parecerá una complicación incluso una bagatela; pero es como un doblón entre mil monedas.
Solo mira el interior y no tanto hacia fuera y por fin verás el sol junto a la luna llena.
Todo tiene una explicación, todo tiene su cadencia, pues no hay mayor posesión que el tiempo y su inexistencia.”
Y allí quedó Monseñor sentado en su presencia mientras giraba el reloj sin que se diera cuenta.
Y por fin se hizo mayor y mucha fue su experiencia cuando pudo mirar al sol en toda su esencia.
Y vi entre las nubes un destello rizado como un cabello, una cuerda para subir al cielo y discutir con los de arriba el porqué de tanto trasiego.
¿Sería todo aquello una epifanía o un soleado monasterio donde los ángeles se amontonaban juntitos hacia el centro?
Y me preguntaron :
“¿A que has subido muchachuelo, a ver si de verdad hay sujeto, si hay significado tras el soneto o algo que luzca entre lo bello?
No solo hay cuerpo, ni todo es pequeño dentro, muy dentro escondidos hay misterios.”
Y en esto se mostró Anselmo tan longevo como inquieto saltando de un lugar a otro en los arrabales del viento.
Pero no quería escucharle, quería seguir subiendo y conocer la verdad de este triángulo escaleno, en el que cada peldaño era uno de sus catetos, una escalera hacia el cosmos y hacia el último evento.
Luz de luces, paradigma de advenimiento que das cobijo a los ángeles desde el comienzo.
Y la luz se desplegó en el apogeo del destello y me bajó a la tierra para obtener consuelo.
Con la piedra, el asfalto, donde todo tenía forma y todo tenía peso. Aquello que no comprendía por ser un poco denso.
Y apareció la madre con un lucido beso guardado en la mejilla desde hacía tiempo. Y me miró profundo como en un sueño, en este relato terroso que en verdad era un cuento.
<Gracias a la madre tierra por su forma>
Gracias a Adriana Wojakowska por la foto.
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