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Hija de las montañas

Hija de las montañas

Hija de las montañas,
de la fuerza de las entrañas
y del olor de las sábanas.

Viniste de lejos
de la tierra de los elementos
y de los fuegos.
Lo tienes en el cuerpo,
en todo el terreno
como un pozo de queroseno.
De la piel es un agujero
que parece pequeño,
un elemento de atrezzo
como quemado caramelo.

Quiero tocar tu lunar dálmata,
llenarme de tu pezón,
pues es pura manifestación
que construye tu jergón.
Juegos de niños,
jóvenes idilios,
mezcolanzas de Piros
el protos del visillo.

Y mientras me estiro
y me derrito,
busco con sigilo
un punto amarillo.
Inicio de explosión
y de delirio.
Para entregar el colmillo
a un estribillo,
una vieja canción
que escucharon dos jovencitos.

Un diapasón
que se contornea en tu colchón,
más allá de la semblanza
de tus caderas peruanas,
porque son balanza
y son armazón
de la única conclusión
que tiene esta sonata.
Alma contra alma,
el primer apagón,
un estruendo de sol,
una contusión
a golpe de diafragma.
Porque huele a tu sudor,
la fragancia de tu flor
y el aire de las ventanas.
La visión del halcón,
el escape de las trampas,
el símbolo de la penetración
entre tus nalgas.

El fin de la escisión,
del último estertor
y del canto de la balada.
Un cuento de hadas,
escrito por unas muchachas
que quedaron prendadas.

Y miro a tu monzón,
que es puro anticiclón
y se deposita en tu almohada.
Te toca las palmas
y saborea tu savia,
suave fragancia
sin ninguna arrogancia;
el fin de la preeclampsia
en mitad de la ataraxia.

Y sollozas y te calmas,
esperamos abrazados
al calor de la mañana.

Gracias a StockSnap por la foto

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