Y vi una cebolla a través de la ventana justo cuando se quitaba la última capa.
El día se estremecía como un enigma mientras ella se movía a través de la persiana.
Solo llevaba unos calcetines de suave lana mientras asomaba en la cara una luminosa sonrisa que recordaba a las divisas.
Y se tumbó en la cama y musitó a las musarañas miles de palabras, como una nana un poco rara que hacía un ovillo de color plata.
“Ya no me quedan capas. Estoy cerca del alma, donde se desvelan los misterios y todos los entuertos. Veo una especie de figura en medio de la bruma. Es un ser difuso tras un ángulo obtuso. De allí nace la calma. Un sin fin de posibilidades en tres mil eternidades. Pero también veo un espectro que tiene color esqueleto. Viene desfigurado hacia mí como si esto fuera un entierro.
¿Qué hiciste criatura para romper el espejo? ¿Cómo te perdiste en el bosquejo de lo incierto?»
“No sé que pasó. Me zambullí en el ego y todo se volvió negro”
“Pero sabes que no existe, que es solo un cuento tan grueso como el cemento. No hay espectro, no hay más lo siento; solo hay este momento. Perdona la herida que está cautiva y que con una sonrisa pronto cicatriza.”
Y el espectro quedó mudo y le brotó musgo en un lugar profundo.
Y la cebolla desnuda siguió con sus travesuras y moviendo su hermosura. No había más capas ni leyendas opacas. Solo una gran abertura que lleva al reino que despeja todas las dudas.
Y se metió en la cama para abrazar su alma que iluminaba ahora toda la ventana.
Hace años descubrí una caja que estaba en mi pecho; debajo de las costillas, cerca de mi esqueleto. Pues ya no era carne ni tampoco verbo, solo era una masa oscura llena de agujeros.
Allí habitaba un líquido negro que había introducido un pájaro de mal agüero; hace muchas lunas, hace mucho tiempo; tan aceitoso y pesado que olía a queroseno. Y prendía rápido y se propagaba como el fuego hasta incendiarme el apetito y dejarme medio muerto. Sería carne quemada, churrasco de un almuerzo, una minúscula partícula fuera del espectro.
Y yo temía mi sombra y le acusaba con estruendo: “eres inflamable y fogosa y yo contigo no puedo. Ya verás si te dejo, ya verás como peco, ya verás como me ciego y me quedo casi tuerto.”
Y entonces bajaré a los infiernos…
Donde están las fosas y todos los entierros, donde los cadáveres y los mausoleos. Donde están las orcas que solo escupen fuego. Donde están las aves y el perro Cerbero; donde están Hades y todos los muertos.
Porque te veo, te veo a través del espejo, a través de la ponzoña y de todo el estiércol. A través de la basura y a través de lo mugriento; pero ya no puedo negarte más, ya no puedo. No puedo seguir por la vida arrastrando tanto peso.
Así que te miro y te perdono; eres mi hermano negro, parte de mi cuerpo. Por eso yo te quiero y por fin hablar te dejo.
Y el me mira con esos ojos tiernos y me habla con sosiego:
“Ya ha acabó todo. Todo aquel juego de luces y sombras, de lo malo y bueno. Abre tu pecho y perdónate de nuevo y abre ya ella esa caja que está cerca de tu pecho; llena de colores y llena de afecto, y recoge ya todos tus dones y repártelos por el mundo entero.”
Gracias a Hannah Troupe por la foto.
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