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Los jueces de la mesa

Los jueces de la mesa

Los jueces de la mesa
siempre iban de pesca,
pues mandaban a la gleba
armados con leyes secas
y sentencias espesas.

Estaba Faisán,
todo un truhán
que mandaba con afán,
cuidaba del ajuar
y de lo que estuviera mal.

Y también Adelaida,
recta como una escalinata,
la mano del templo
que mandaba desde dentro;
solo una voz
que sonaba como un procurador,
pero con aroma de terciopelo
por la ligereza de sus textos.

Y como no, Longevo Fetro,
todo un experto
en detectar el veneno;
que no conoce los peros
ni los desasosiegos,
pero impone con mano hierro
cualquier mandamiento.

Y se reunieron ante la mesa,
sin ninguna reserva
a revisar la jurisprudencia.

Y entonces habló el juez supremo,
que era de origen hebreo,
no era magistrado
ni siquiera juez o prelado,
sino un antiguo mago
que hablaba por los cuatro costados:

“Dejad de hacer leyes
y absurdas efemérides

Las leyes son un reflejo
de un gran sentimiento
en contra del sometimiento
que se encuentra desde dentro.

No hay ley en el Kaos
ni hombre malvado.

No necesitáis abogados,
ni siquiera juzgados,
pues sois todos bardos
y espíritus claros.

Seguid una luz,
un rayo raro
que invade nuestra mente
como al durmiente,
o al ser consciente.

En ella está la acción,
y el origen de la sensación,
da luz y acto
a todo lo pagano.
No hay bien ni mal
en lo no separado,
en el amor que nutre
lo que se está realizando.

Y los jueces pararon
y dejaron sus hábitos,
ya no eran magistrados
sino faros
encima de su propio teatro;
salieron a la vida
para no seguir juzgando.

Gracias a Succo por la foto

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