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Etiqueta: mares

Amelia

Amelia

Y vi un montón de fonemas
envueltos en tu melena,
bajaron por tu cadera
hasta llegar a tu pubis
y bucear entre sirenas.

Eras la hija de Anubis
con tus vestidos cuquis
pero al abrir tus piernas
generó un mar multilinguis
que sonó a corneta
y efervescencia magenta.
Y me acerqué a tu cueva
para regalarte mi lengua
y relamerme de tu selva.

Allí se produjo un brote
con sabor a biscote,
un lago de tres soles
caídos desde el orbe.
Una savia clandestina
que bullía de tu vagina.

Y allí nos entretejimos,
para aumentar el apetito
y llenarlo de gemidos.
Hicimos una cacofonía órfica
y una bravata sónica.
Nuestras manos eran melódicas
en una pugna tectónica.

Y la lluvia nos sobrevino
en mitad del rito,
un orgasmo marítimo
como rayas del pacífico,
que inundó el ajuar de lino
y casi todo el piso.
Te toqué el cuello
que estaba en pleno vuelo
y tenía olor a anzuelo.
Y de tus caderas
salían unas aletas
hechas de las mareas.
Te besé la boca
que sabía a roca
y a lejana costa.
Y te convertiste en una gota
en mojada prosa,
un pliegue clandestino,
filamento de coito.

Y al fin te volteaste
para mirarme,
habías salido del trance
de navegar por los mares.
Una lluvia, y un embalse
después de vaciarse.

Gracias a Pexels por la for

Vídeo: Los Hermanos Celestiales

Vídeo: Los Hermanos Celestiales

Vídeo sobre el poema Los Hermanos Celestiales… sobre la riqueza, el oro y ayudar a los demás. Con mucho mar y mito, donde los hermanos, símbolo de los pares tienen un gran viaje. El mundo se mueve y la consciencia también.

Os comparto también el enlace del poema por si queréis leerlo: Poema

La canción de los delfines

La canción de los delfines

Y cantaban los delfines
cerca de los confines
del mar Mediterráneo,
donde no llegaban bergantines
ni tampoco colibríes,
solo peces espadines
y algún despistado corsario.

En un palacio de las profundidades
apostado entre todos los mares
lleno de angostos langostines
con pinzas de colores rubíes,
dispuestos a pincharte las nalgas
y dejar escapar los hematíes
en cuanto les dieras la espalda.

Y en esto habló Hidalgo,
Arcipreste entre delfines
y uno de los más cantarines,
una especie de cetáceo lagarto
que balbuceaba palabras sufíes
y primo lejano de los escualos.

Y pronunció entre síes
que no quería seguir cantando
si continuaban bajo aquel manto.

“Abandonemos el palacio carmersíe
para que puedan oírnos los barcos.
Volvamos a subir a la superficie
para conocer otros especímenes,
ver más allá de los límites
pues allí no solo hay delfines
y criaturas submarines
sino seres que se alzan varios palmos.

“No te creemos Hidalgo,
¿Para qué mostrarnos?
¿Y sí de nosotros se ríen,
o creen que somos un chiste
que contamos embustes y chismes?”

“Pondremos los puntos sobre las íes
y cantaremos sobre los confines,
sobre la música olvidada de Osiris
y sobre el signo renovado de piscis.
Traeremos con nosotros lo sublime
junto con un montón de colorines
para que todos aquellos humanos
puedan salir ya de su letargo.»

Y así cantaron todos los delfines,
agrupados en miles y miles
esa música de los sinfines
que tanto habíamos esperado.
Nacía de sus branquiales laringes
llenas de místicos matices
que sonaban a acuosos tararíes
como cuando éramos pequeñajos.

“Gracias a todos los delfines,
por cantarnos desde confines”

Gracias a Ádám Berckez por la foto.

La leyenda del párroco

La leyenda del párroco

Y entré en un vórtice
que estaba lleno de pájaros
y todos cantaban al unísono
la leyenda de un párroco,
que había venido de muy lejos,
más allá del Atlántico
donde volaban los peces
y sonreían los náufragos.

Había venido por casualidad
por un hecho caústico,
tan vibrante y fértil
como elegiaco.

Y vio multitud de sirenas
que le rodearon con sus cánticos
con sus cuerpos espumosos
y sus redobles oceánicos.

Y allí en medio
del placer más catártico
supo que las mareas
podían contener el orgasmo.

No había saber pragmático
ni desdén diplomático,
no había obra ni fe,
ni orden tolemaico.

Solo un calor creciente
capaz de derretir el Ártico,
capaz de envolver las olas
con el goce más tántrico.

Y entonces salieron del vórtice
un par de albatros
para susurrar la leyenda
a todos los barcos.

Y los años pasaron
en las carnes del párroco,
ya tenía arrugas
cerca de los párpados.
Y allí estaba en los mares
rodeado de sus vástagos,
de toda su prole
que le envolvía de abrazos.

Gracias a Dominique Lelièvre por la foto

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