El poema de la uva
Una uva me cantó una canción
con el sonido de las cunas,
en medio de la bruma
cuando no había duda alguna,
solo la noche y materia oscura.
Sobre sus soliloquios con la luna
que conoció hace milenios
mirando a las alturas,
supongo que más allá de la una
cuando jugaba con sus deditos
que estaban hechos de racimos.
Le contaba leyendas desconocidas
sobre los secretos de la vida,
de una luz muy poderosa
que rodeaba todas las cosas.
Y en esto apareció un puma
que le pirraba la fruta
y tal era su hambruna,
que casi la hizo pedazos
de un solo bocado.
La uva había quedado muda
ante semejante criatura
pero solo durante un rato
mientras miraba profunda al gato.
Y le habló del deseo
y también del apego,
de otros grandes misterios
que circundaban el ego.
“Se que podrías hacerme zumo
con solo acercar tu puño
y estaría muy rica
pues apenas tengo pepitas.
Pero has de mirar más adentro
donde están los secretos,
donde se guarda la sabiduría
y nace la serendipia.
Tu yo nos hemos encontrado
en esto consecuente acto.”
Y el puma le dio dos chupadas
y se fue con la mueca contrariada.
Y a la uva le nacieron pelos de punta
hasta parecer una lechuga,
pero siguió hablando con la luna
y gozando de su altura.
Contaba verdades crudas
para salir de la envoltura
mientras movía la cintura
al ritmo del azúcar.
Y así llegó a viejuna
sin apenas arrugas
con alguna comisura
e impoluta dentadura.
Gracias a Priscilla Fraire por la foto