Andaba por una línea fina cargada de serotonina cuando vi un paraje que me llevó a observarte.
Estabas suspendida en el cielo en medio del deshielo, cerca de una ladera con forma de esfera, con muchas herramientas y otras tuercas que alimentaban la materia.
Y grité a tu sombra: ¿Por qué tanta zozobra? ¿Por qué justo ahora; hay algo que sobra en la inmensidad de tu obra?
“Tus lágrimas son tristes como pensamientos grises, un tanto indivisibles como las líneas de Euclides.
Quizás, todavía te resistes. Nada es tan terrible. Suéltate a lo que existe.“
Y se convirtió en una esfinge tan bella como Nefertiti; veía a través del tiempo en medio del invierno; no había tristeza, ni tampoco desasosiego; solo un suspiro eterno que abracé como un destello.
Y vi a Madre Tierra a través de la pradera, entre toda la maleza y en medio de la selva.
Y era tan bella, con sus rasgos de piedra y sus surcos de madera y todos esos encajes que estaban hechos de hierba.
Y llegué hasta sus caderas que habían alumbrado el mundo con un gemido agudo y ahora desataban los nudos.
Y me extendió una mano en forma de lago que olía un poco a barro.
“Has venido, por fin. Te he estado esperando durante un par de años. Ahora que ya nos vemos deberías estar contento, has roto tu credo y aceptado lo concreto, todo lo que tiene forma y lo que se da ahora.»
“Pero tengo miedo a lo incierto, a lo que inicia el movimiento y sale de dentro.”
Y me susurró al oído un canto primitivo de poder amarillo para andar el camino y abrazar mi destino.
“Yo en ti, confío. Me eres tan querido como todos mis hijos. Por eso os cuido y os doy abrigo.”
Y abrió sus entrañas y me mostró su corazón olivo de un verde calipso. ¡Tenía tanto cariño! Un gran río compasivo que te llenaba de estío, de brío y mucho poderío.
En la puerta del desierto vi un beduino que miraba al cielo y con un poco de recelo le pregunté por los engranajes de la rueda del tiempo.
Y el me dijo: “Ahora no, ahora no quiero, quizás luego. Tienes que andar por la arena hasta llegar al desfiladero cerca de un embalse donde las orcas y odontocetos. Allí verás un camino de piedras por el que han subido todos los poetas incluido Homero.
La llaman la escalera del arte y también del apogeo porque todo lo que rimas se proyecta al mundo entero; es como un gran espejo donde las palabras se juntan hasta formar un soneto, que esta lleno de significado y contiene todo el alfabeto, y otros miles de símbolos que silbaban los griegos.
¿Y tú tienes alma de poeta? ¿Alma de escritor etéreo? ¿Alma del que canta cuando no está despierto? Pues besa la piedra que pisas que el suelo no es hueco, está lleno de tesoros de relucientes destellos. Solo tienes que meter la mano en la tierra, muy adentro, para sacar las monedas de oro que te negaste hace tiempo. No hay razón para más dislate y menos para tanto contratiempo. Justo en la sombra que pisas hay un campo de pomelos.
Mira como brillan, como brillan desde lejos. Ya no hay desierto y nada es incierto. Todo lo que temes se lo llevó el viento.
Así que asómate a la puerta del cielo donde están los delfines y los jinetes polinesios; donde apenas hay sombras pues se habla en proverbio, donde se oye el eco de una caracola y de trescientos mil talentos. Porque Todo es de oro, Todo es por setecientos, como un desfile de figuras que nutren el cielo abierto. Ya lo ves, ya puedes cogerlo, el futuro que tanto has esperado se da en este momento.
Resultados de cuarentena
Gracias a Giorgio Parravicini por la foto
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