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Mes: septiembre 2020

La puerta dorada y el gnomo

La puerta dorada y el gnomo

Y me desperté una mañana
con un torrente de fuego
en mitad del pecho.
Era una cascada dorada
un tanto alborotada
que había sido custodiada
por un gnomo de pelo malva,
con gesto torcido
y palabras deslenguadas.

“Soy el guardián de la morada
y de la puerta lustrada
esa que lleva cercada
desde épocas pasadas.

Pero tuve una corazonada,
que ibas a venir esta semana
para abrir la puerta del alma.”

Y se pasó las llaves
entre nudillos y palmas,
como si fueran aves
escapando del color mate
en aquel enclave
lleno de posibilidades.

“Aquí hay un tesoro
ya no tan remoto
que es de color oro
y te acerca al otro.

Pues no está separado,
ni mora en el otro lado
está aquí, cercano
tocando tu costado.”

Y se armó un alboroto,
una especie de terremoto
en el que saltaban los gnomos
y se les iluminaba el rostro.

Y la puerta se abrió
en medio del corazón
donde todo era confianza
y ríos de abundancia.
La vida se llenó de magia
y se unieron las galaxias
iluminando el rostro de la infancia
en una total ataraxia.

Y el gnomo se marchó
con un sonrisa en la cara
pues toda la realidad
se había vuelto dorada.

Gracias a JavierAlamo por la foto

Destello del cielo

Destello del cielo

Y vi entre las nubes un destello
rizado como un cabello,
una cuerda para subir al cielo
y discutir con los de arriba
el porqué de tanto trasiego.

¿Sería todo aquello una epifanía
o un soleado monasterio
donde los ángeles se amontonaban
juntitos hacia el centro?

Y me preguntaron :

“¿A que has subido muchachuelo,
a ver si de verdad hay sujeto,
si hay significado tras el soneto
o algo que luzca entre lo bello?

No solo hay cuerpo,
ni todo es pequeño
dentro, muy dentro
escondidos hay misterios.”

Y en esto se mostró Anselmo
tan longevo como inquieto
saltando de un lugar a otro
en los arrabales del viento.

Pero no quería escucharle,
quería seguir subiendo
y conocer la verdad
de este triángulo escaleno,
en el que cada peldaño
era uno de sus catetos,
una escalera hacia el cosmos
y hacia el último evento.

Luz de luces,
paradigma de advenimiento
que das cobijo a los ángeles
desde el comienzo.

Y la luz se desplegó
en el apogeo del destello
y me bajó a la tierra
para obtener consuelo.

Con la piedra, el asfalto,
donde todo tenía forma
y todo tenía peso.
Aquello que no comprendía
por ser un poco denso.

Y apareció la madre
con un lucido beso
guardado en la mejilla
desde hacía tiempo.
Y me miró profundo
como en un sueño,
en este relato terroso
que en verdad era un cuento.

<Gracias a la madre tierra
por su forma>

Gracias a Adriana Wojakowska por la foto.

La canción de los delfines

La canción de los delfines

Y cantaban los delfines
cerca de los confines
del mar Mediterráneo,
donde no llegaban bergantines
ni tampoco colibríes,
solo peces espadines
y algún despistado corsario.

En un palacio de las profundidades
apostado entre todos los mares
lleno de angostos langostines
con pinzas de colores rubíes,
dispuestos a pincharte las nalgas
y dejar escapar los hematíes
en cuanto les dieras la espalda.

Y en esto habló Hidalgo,
Arcipreste entre delfines
y uno de los más cantarines,
una especie de cetáceo lagarto
que balbuceaba palabras sufíes
y primo lejano de los escualos.

Y pronunció entre síes
que no quería seguir cantando
si continuaban bajo aquel manto.

“Abandonemos el palacio carmersíe
para que puedan oírnos los barcos.
Volvamos a subir a la superficie
para conocer otros especímenes,
ver más allá de los límites
pues allí no solo hay delfines
y criaturas submarines
sino seres que se alzan varios palmos.

“No te creemos Hidalgo,
¿Para qué mostrarnos?
¿Y sí de nosotros se ríen,
o creen que somos un chiste
que contamos embustes y chismes?”

“Pondremos los puntos sobre las íes
y cantaremos sobre los confines,
sobre la música olvidada de Osiris
y sobre el signo renovado de piscis.
Traeremos con nosotros lo sublime
junto con un montón de colorines
para que todos aquellos humanos
puedan salir ya de su letargo.»

Y así cantaron todos los delfines,
agrupados en miles y miles
esa música de los sinfines
que tanto habíamos esperado.
Nacía de sus branquiales laringes
llenas de místicos matices
que sonaban a acuosos tararíes
como cuando éramos pequeñajos.

“Gracias a todos los delfines,
por cantarnos desde confines”

Gracias a Ádám Berckez por la foto.

Ardena y el centinela

Ardena y el centinela

Y me levanté
y miré por la ventana
una ciudad de estrellas
con unas muecas lozanas
que de verdad hacían mella;
de dentro hacia fuera
pues no seguían regla,
ni tampoco teorema,
solo una estela
que flotaba como una vela.

Y se me acercó una esfera
que ardía desde la estratosfera:

“Soy Ardena,
la llama de estrellas,
la que no nació,
y la que no comienza.
Soy una quimera
en la inmensidad de la esfera
porque no se me ve
y justo estoy detrás de ella.
Pero la nutro,
soy el preludio que calienta,
la imagen que embelesa.
Muchos me creen centinela,
otros rara azalea
que vaga por el universo
ampliando sus fronteras.”

¿Pero si no nací,
cómo voy a estar muerta?
¿Pero si no morí
cómo es que sigo entera?

No me encontrarás
con la mente pétrea
esa solo habla
hasta acabar revuelta.”

Y en eso se acercó
volando el centinela
con esa cháchara negruzca,
redicha y funesta.

“No la escuches,
o yo dejaré de existir.
La realidad es incierta,
más vale prevenir
que morar a tientas.
Yo soy la solución
y también la respuesta.
No confíes en lo que no ves
ni en esa estrella mugrienta,
desdibujará tu figura
y también tus creencias;
y vagarás por el universo
con una estúpida mueca.”

Pero ya no quería escuchar
esas palabras inciertas…

Y miré a Ardena
y vi toda su belleza
volando entre astros
con su melena de cometa.
Estaba repleta y enérgica
pues era yo y todas las piezas.
La madre del universo
antes de que naciera.
Y me sonrió dulce
con sus dientes de gema
hasta iluminar la llama
que flotaba en la vela.

Y mientras me dormía
grité a espuertas:
“Ardena, Ardena
no desaparezcas
muestra tu mueca
y que todos te vean.»

Gracias a WikiImages por la foto.

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