Andaba por una línea fina cargada de serotonina cuando vi un paraje que me llevó a observarte.
Estabas suspendida en el cielo en medio del deshielo, cerca de una ladera con forma de esfera, con muchas herramientas y otras tuercas que alimentaban la materia.
Y grité a tu sombra: ¿Por qué tanta zozobra? ¿Por qué justo ahora; hay algo que sobra en la inmensidad de tu obra?
“Tus lágrimas son tristes como pensamientos grises, un tanto indivisibles como las líneas de Euclides.
Quizás, todavía te resistes. Nada es tan terrible. Suéltate a lo que existe.“
Y se convirtió en una esfinge tan bella como Nefertiti; veía a través del tiempo en medio del invierno; no había tristeza, ni tampoco desasosiego; solo un suspiro eterno que abracé como un destello.
Y entré en una realidad superlativa llena de golondrinas, tenían facciones de peces y alas como Hermes, y cambiaban de aspecto hasta dejarte sin aliento.
Y formaron un corro que desafió el viento, serían cientos y cientos, todas en movimiento cambiando en el cielo mientras componían un arabesco, una pirámide de colores donde no había ocres, solo un rayo luminoso que era jactancioso y compuesto por mil soles.
Y en el cielo se hizo un agujero que me llevo lejos hacia un universo pleno, aún se estaba creando, pues veía moldes y decorados, con otros bocetos del arquitecto, y apareció una escalinata, que me acercó hasta una cara, era toda dorada y fina como un mantra.
“Soy el creador de todo esto, que no es un pliego, sino un diseño, está volando sobre la brisa, pues ahora no tiene prisa, y no tiene cemento ni nada férreo, pero hay una promesa que pronto será devuelta.
No pelees con la vida y de una vez confía, no pienses en desdichas ni en que todo se hará trizas, deja que te acaricie la brisa pues está hecha de golondrinas, todas juntas bajo un prisma, bajo una caricia prístina; en realidad todas son la misma.»
Y abracé la vida, pues ya no había cisma quería a todas las criaturas, a todas y cada una, como a las mismas golondrinas, todas allí juntitas volando encima de la brisa.
Y me levanté en una explanada llena de lagartos; estaban todos tan hartos, muchos eran mancos y llenos de colores pardos.
Pero conocían la historia universal, esa que nunca de acabar, pues no tiene final: la forma se disolverá y la esencia quedará.
Y se abrió un claro en medio del contingente del que se desprendió la fuente con palabras en lengua ardiente:
“¿A qué tanto miedo? Ya has llegado a la puerta; siempre estuvo abierta por más que amaneciera; así que ya, entra.”
Y vi la llave del universo que en realidad estaba hueco; era como un cuento, una fábula o verso suelto; un gran destello que se deshacía en mis dedos. La luz permanecía y yo despertaba del sueño.
Y en la tierra reptil habló el gran lagartero: que se dieran las manos y abrazarían el fuego, y subirían por la escalera que tocaría el cielo, siempre claro, muy cerca del suelo.
Y me levanté en una rama en medio de un arce con todo el plumaje de un pájaro salvaje.
Quería saltar al cielo pero algo me retenía, quizás era el miedo a desplegar el vuelo, al aleteo inquieto y mirar todo desde lejos.
Y me encontré con una golondrina con alma de adivina, plumas de varilla y un pico que parecía una larga cuchilla.
“Para qué te sirven las alas si no sales de las ramas; en el fondo son como palmas, puedes azuzarlas y zarandearlas, verás como no hay trabas, solo el cielo abierto que te espera a mil metros.»
Y salté al vacío que contenía mi destino mientras movía las alas y graznaba con el pico.
El cielo se detuvo y por fin vi los hilos que envolvían mundos tanto grandes como diminutos.
Era un manto fino que me abrazaba con sigilo. El ser del brillo que me cantaba al oído sonatas de lo perdido:
“No hay más periplo que abrazar tu sino. Es el único vuelo y el único camino; da igual seas padre o seas hijo.»
Y seguí volando y volando hacia el único sitio hecho de cristales y de piedras de mi destino.
Y salté al cielo porque estaba repleto, tan lleno de vida y de estalactitas que se había parado en un movimiento retrógrado donde los astros, todos apaciguados, contaban historias de cuando eran chatos.
Y vivían en una charca de un solo paso, y se daban las manos y bailaban el tango porque no había tiempo ni letargo, solo un silbido hidrogenado, una bola de helio que encadilaba a mil grados.
Y traería los nitratos todos bien peinados para dar paso a la tierra recubierta de feldespatos.
Y encontré un paramecio un poco aletargado, pues solo tenía una neurona, bastante burlona, que sabía de calculadoras pero no de abecedarios.
Y me dijo en un idioma binario repleto de unos y cerapios:
“Déjalo ya, Carancho. Olvida esa trágala mental que te tiene varado. Elévalo al cuadrado y redobla la apuesta como hicieron los astros. Están todos arrejuntados debajo átomo, donde está la luz del otro lado.”
Y me rodearon los rayos que nacían de los hados, y me dieron un abrazo para dejarme dormido en medio del cielo estrellado.
El Alfa y el Omega al parecer eran dos letras como dos islas griegas, ya bastante añejas, que entraban en guerra cuando discutían entre ellas.
“¿Por qué todo lo comentas? ¡Anda, Alfa esa sí que es buena! ¿Pero qué dices, Omega?, protestaban en respuesta.»
Hasta que un día leyeron un proverbio en una galleta: «Si conoce lo que suena y apenas parpadea algo debe saber de lo que alardea.»
Y una tarde se fueron de juerga y perdieron algunos trazos por darle mucho al vaso, y por fin se hicieron caso y se hablaron como en años.
“Yo te quiero, Omega pues eres tan bella, pero tienes que liberarte de tu pena, esa que te atenaza desde que eres enana.»
«Y yo te quiero a ti, Alfa desde antes del alba y de que tuviéramos casa. Tienes que librarte de tus miedos y de todos tus tropiezos. Ya no hay culpa, ya no hay penuria; solo un sol abierto en mitad del cielo.
Y se dieron la mano como dos renacuajos y miraron al infinito con ojos de corpiño y allí vieron el inicio sin ningún resquicio.
No había realidad envuelta, ni ninguna cubierta, solo un ser puro repleto de bromuro.
Y le miraron los dos con óvalos de bismuto y se hicieron uno dentro del conjuro.
Y estaba todo lo creado y todo lo pensado, realidades a pares que bailaban en los mares. Una energía traslúcida que del todo era única.
Y vi entre las nubes un destello rizado como un cabello, una cuerda para subir al cielo y discutir con los de arriba el porqué de tanto trasiego.
¿Sería todo aquello una epifanía o un soleado monasterio donde los ángeles se amontonaban juntitos hacia el centro?
Y me preguntaron :
“¿A que has subido muchachuelo, a ver si de verdad hay sujeto, si hay significado tras el soneto o algo que luzca entre lo bello?
No solo hay cuerpo, ni todo es pequeño dentro, muy dentro escondidos hay misterios.”
Y en esto se mostró Anselmo tan longevo como inquieto saltando de un lugar a otro en los arrabales del viento.
Pero no quería escucharle, quería seguir subiendo y conocer la verdad de este triángulo escaleno, en el que cada peldaño era uno de sus catetos, una escalera hacia el cosmos y hacia el último evento.
Luz de luces, paradigma de advenimiento que das cobijo a los ángeles desde el comienzo.
Y la luz se desplegó en el apogeo del destello y me bajó a la tierra para obtener consuelo.
Con la piedra, el asfalto, donde todo tenía forma y todo tenía peso. Aquello que no comprendía por ser un poco denso.
Y apareció la madre con un lucido beso guardado en la mejilla desde hacía tiempo. Y me miró profundo como en un sueño, en este relato terroso que en verdad era un cuento.
Y mientras dibujaba las efemérides de los días pude ver una rana que saltaba y corría. Estaba pintada de verde con un tono clarividente y con un pincel que dividía el espacio en mil estrías. Y todos empezamos a saltar porque la rana quería pero luego se empezó a alejar y miramos hacia arriba.
Y allí vimos un astro orondo que olía a sacacorchos y no que no sabía planear en la órbita requerida. Y empezó a gritar con estruendo e inquina, «amigos, me la voy a pegar contra una estrella vecina.
Me tenéis que ayudar con la última tecnología esa que puede recalcular mi elíptica pifia. No quiero ser polvo estelar, no quiero morir derretida lejos de mi hogar con la gravedad dividida.»
Y vino un matemático con los dientes metálicos y gorro de centinela y anteojos cuánticos.
Y se puso a calcular en un ábaco de astracán para empezar a gritar en una lengua desconocida.
“Es usted una desvergonzada, querida amiga; mira que darse a la bebida en pleno vuelo sin control y medida. Deberíamos dejar que se fragmentara en mil partículas y se hiciera trizas para no volver a ver esa translación tan ignífuga.»
Y la rana salió de sus aposentos y voló a los cielos para darle un beso a la estrella que olía a queroseno y empezó a encontrarse revuelta y tuvo que parar en la cuneta deteniendo el reloj del tiempo. Ya no había lamento, ni tampoco desconcierto; solo una estrella resacosa que necesitaba un momento.
Todos estábamos paralizados mirando el firmamento mientras la estrella resoplaba llena de lamentos.
Parecíamos estatuas de mármol y otros monumentos todos allí parados ante el devenir del tiempo.
Y se abrieron las puertas del cielo, muchos volaron despavoridos, habían salido del nido y miraban hacia el abismo.
Y escuchaban una especie de himno, una sonata con ritmo antiguo que les rodeaba por los lados y los cercaba por el ombligo.
Y muchos pusieron la oreja, vestíbulo, trompa y estribo para oír unas notas perdidas que tenían mucho sentido.
Y decían:
Este es el camino desde los Dioses y los egipcios donde formas se contonean como si fueran jeroglíficos.
Y si tú no encuentras fonema ni si quiera paliativo, estará en la alacena de los objetos perdidos.
Junto al tesoro prohibido que relumbra como al principio, junto todos tus talentos y todos tus designios.
No te muestres esquivo y acepta tu sino, da un salto multicolor hacia los jardines del olvido.
¿No buscas que la vida tenga algún sentido? ¿Y cómo va tenerlo si te vistes de mendigo? Acepta todos tus dones, los que guardas en el abrigo bajo todas esas capas de pensamientos dubitativos.
Abre tus manos hacia el universo creativo que es mera posibilidad y centro del libre albedrío. Y despliega ese cosmos tuyo tan interesante y divertido, ese que provoca la risa al mayor de los bandidos. Porque tú lo escribiste cuando eras solo un niño con todas esas letras en un lustroso pergamino.
¿Recuerdas cuando eras poeta o un escribano egipcio que viajaba por el mundo, inmensamente rico?
El mundo es una charca que nutre hasta el infinito está llena de piedras preciosas y está llena de brillo.
Ya sientes las notas de alivio, notas como te abrazan con todo ese cariño….
Así que recuerda que…
Los ángeles volverán de nuevo a su sitio junto con la bóveda celeste del último piso. Y allí de nuevo cantarán esas sonata de corintio donde cada una de las almas abrazará su talento genuino. No es luego, no es mañana, es ahora, como siempre ha sido.
En la puerta del desierto vi un beduino que miraba al cielo y con un poco de recelo le pregunté por los engranajes de la rueda del tiempo.
Y el me dijo: “Ahora no, ahora no quiero, quizás luego. Tienes que andar por la arena hasta llegar al desfiladero cerca de un embalse donde las orcas y odontocetos. Allí verás un camino de piedras por el que han subido todos los poetas incluido Homero.
La llaman la escalera del arte y también del apogeo porque todo lo que rimas se proyecta al mundo entero; es como un gran espejo donde las palabras se juntan hasta formar un soneto, que esta lleno de significado y contiene todo el alfabeto, y otros miles de símbolos que silbaban los griegos.
¿Y tú tienes alma de poeta? ¿Alma de escritor etéreo? ¿Alma del que canta cuando no está despierto? Pues besa la piedra que pisas que el suelo no es hueco, está lleno de tesoros de relucientes destellos. Solo tienes que meter la mano en la tierra, muy adentro, para sacar las monedas de oro que te negaste hace tiempo. No hay razón para más dislate y menos para tanto contratiempo. Justo en la sombra que pisas hay un campo de pomelos.
Mira como brillan, como brillan desde lejos. Ya no hay desierto y nada es incierto. Todo lo que temes se lo llevó el viento.
Así que asómate a la puerta del cielo donde están los delfines y los jinetes polinesios; donde apenas hay sombras pues se habla en proverbio, donde se oye el eco de una caracola y de trescientos mil talentos. Porque Todo es de oro, Todo es por setecientos, como un desfile de figuras que nutren el cielo abierto. Ya lo ves, ya puedes cogerlo, el futuro que tanto has esperado se da en este momento.
Resultados de cuarentena
Gracias a Giorgio Parravicini por la foto
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