Poema titulado la muerte… porque nacemos y morimos muchas veces durante la vida… es la muerte del ego… el enfrentarse a los miedos, a las trampas de la mente… dejar que todo fluya y encontrar la mejor versión de nosotros mismos…
Aquí tenéis el enlace por si queréis leer el poema: ir al poema
Voy en un bote que conduce Caronte, estoy entre dos mundos que apenas vislumbro. Es un conjuro, es tierra de difuntos, con todos sus colores, sus claroscuros y sus negros humos.
Y veo una calavera que puede ser de cualquiera, pero es solo ella; es tan esbelta que está muerta.
Y hay un fauno, un inmaculado y un mutilado, una hilera de cadáveres andando entre pesares
“Estamos muertos, Estamos muertos; eso es cierto. Casi nos hemos disuelto.
Somos criaturas del subsuelo que olemos a heno. Algunos morimos ahogados, otros envenenados. Algunos nos están decapitando mientras seguimos andando. Por esos lloramos aquí abajo, por eso tanto nos quejamos.
Somos marea muerta de la conciencia maltrecha, un ejército de tinieblas recostado sobre la tierra.
Por eso gritamos y por eso avanzamos hacia un cadalso que no controlamos.
“Somos miseria, somos pandemia, somos la peste y toda la muerte”
¿Y para qué luchamos, para qué abjuramos si somos putrefactos y estamos hechos pedazos?»
Pero había una voz en la lejanía que era amarilla y muy vívida.
Una fuente mística que cantaba por encima que no había diferencia entre la muerta y la vida.
“Soy el pulmón del que respira la voz del que grita. Soy el fuego de la pira y la morada divina. Estoy en todas las mezquitas y en el que se excita. Soy la miga y también la dicha.»
«¿Y por qué no te escuchamos por qué estamos tan alejados; por que somos escuálidos, pusilánimes y minusválidos?»
«Porque creéis que estáis muertos, vais todos en hileras sometidos por la indiferencia. No tenéis sueños. Sois solo esqueletos, míseros despojos que se recuestan en lo correcto. Pero no hay desdicha más indigna que faltar a la vida. Sois la apología del miedo y del no puedo; del me quedo quieto hasta que otro haga un movimiento.
Menudo estipendio de voceros y de cadáveres postreros.
¡No estáis muertos!, ¡No estás muertos!
Solo sois prisioneros de vuestro propio encierro.»
Y los difuntos se quedaron quietos. Había dudas en sus lamentos; podían escuchar sus anhelos y todos sus deseos.
Se oyeron ruegos… una lluvia de huesos y cataratas de muertos; por fin se escuchaban a ellos.
Y se hizo un arabesco para romper el entierro, la muerte predicha en el colofón de una sonrisa. Toda una algarabía en el espesor de una brizna.
Y me levanté en una rama en medio de un arce con todo el plumaje de un pájaro salvaje.
Quería saltar al cielo pero algo me retenía, quizás era el miedo a desplegar el vuelo, al aleteo inquieto y mirar todo desde lejos.
Y me encontré con una golondrina con alma de adivina, plumas de varilla y un pico que parecía una larga cuchilla.
“Para qué te sirven las alas si no sales de las ramas; en el fondo son como palmas, puedes azuzarlas y zarandearlas, verás como no hay trabas, solo el cielo abierto que te espera a mil metros.»
Y salté al vacío que contenía mi destino mientras movía las alas y graznaba con el pico.
El cielo se detuvo y por fin vi los hilos que envolvían mundos tanto grandes como diminutos.
Era un manto fino que me abrazaba con sigilo. El ser del brillo que me cantaba al oído sonatas de lo perdido:
“No hay más periplo que abrazar tu sino. Es el único vuelo y el único camino; da igual seas padre o seas hijo.»
Y seguí volando y volando hacia el único sitio hecho de cristales y de piedras de mi destino.
Y miré a la ventana verde que estaba oculta en el cielo donde nacían todas las sombras y todos los riachuelos; lloraban en la penumbra como pequeños mochuelos, todos ocultos en el diafragma que tenía siete velos.
Era un camino de esmeraldas lleno de brillantes y terciopelo que tenía pepitas de oro enredadas en mi pecho.
Y me hundí en el pozo del perdido invierno donde había un mastín que representaba el miedo. Tenía ojos grandes y garras de perrero y un hedor menguante que olía incienso.
Y me empujó hasta tirarme al suelo para enseñarme las señales del inminente advenimiento.
“No te ocultes más y no seas traicionero, abre ya la mano y estira los dedos.
Que todo el trabajo ya está hecho y lo único que te detiene es este miedo varado entre el segundo acto y el tercero. ¿No ves que no soy un perro, solo una imagen que se derrite en el espejo?
Anda ya a la trompetas que escupen fuego donde cantan los poetas y viven los eternos, donde no hay mentiras, ni tampoco silencios; solo un gran magma que forman los anhelos.»
“… Y no te olvides de ella que vive cerca del cielo donde se juntan los colores del verde y del te quiero…“
Gracias a Jan Steiner por la foto
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