Poema titulado la muerte… porque nacemos y morimos muchas veces durante la vida… es la muerte del ego… el enfrentarse a los miedos, a las trampas de la mente… dejar que todo fluya y encontrar la mejor versión de nosotros mismos…
Aquí tenéis el enlace por si queréis leer el poema: ir al poema
Y había trozos de mí repartidos por la tierra, una cabeza, un hombro, una mano, una pierna. Todos repartidos descuartizados. Estaba roto, perdido en el llanto, un llanto que no llegaba, un llanto quebrado.
Un llanto oscurantista, un llanto esquivo a la vista, un llanto desmesurado; un llanto mutilado.
Una cascada malnutrida de lágrima insípida, un torrente maloliente que se deshacía astringente.
Y quise mirarlo, incluso condenarlo, quise ponerle hebras para salir de las tinieblas.
Pero aquel llanto era confuso diluido por el orgullo. Era la cara del moribundo y del que está desnudo.
E intenté recoger mis pedazos del abdomen a los brazos, solo había retazos y deshechos aciagos.
Pero el llanto estaba esperando como una larva, como un canto profano, un ruego del que va caminando y se ha perdido en el ensayo. Una esquizofrenia absorta en el mal trago.
Pero me detuve a escucharlo: “Ya no estás condenado, eres libre del anonimato, alza tu voz con fuerza y descaro. Grita y grita por los cuatro costados: soy el verbo lleno de significado.
Ya no estoy varado ni estoy mutilado, los siglos son ya cosa del pasado.
Tengo otros rasgos, y sé de lo que hablo.”
Y miré a los astros y recogí mis pedazos, Estaban todos arrejuntados, como un verso suelto, un único cuerpo de poeta de terciopelo. Por fin alzaba el vuelo
“Yo sueño, yo sueño, ya no estoy muerto, es el momento.”
Y el llanto salió abrupto, muy desde dentro, de lo más profundo. Ya no se contuvo. Se liberaba el injerto para ver todo el conjunto.
Voy en un bote que conduce Caronte, estoy entre dos mundos que apenas vislumbro. Es un conjuro, es tierra de difuntos, con todos sus colores, sus claroscuros y sus negros humos.
Y veo una calavera que puede ser de cualquiera, pero es solo ella; es tan esbelta que está muerta.
Y hay un fauno, un inmaculado y un mutilado, una hilera de cadáveres andando entre pesares
“Estamos muertos, Estamos muertos; eso es cierto. Casi nos hemos disuelto.
Somos criaturas del subsuelo que olemos a heno. Algunos morimos ahogados, otros envenenados. Algunos nos están decapitando mientras seguimos andando. Por esos lloramos aquí abajo, por eso tanto nos quejamos.
Somos marea muerta de la conciencia maltrecha, un ejército de tinieblas recostado sobre la tierra.
Por eso gritamos y por eso avanzamos hacia un cadalso que no controlamos.
“Somos miseria, somos pandemia, somos la peste y toda la muerte”
¿Y para qué luchamos, para qué abjuramos si somos putrefactos y estamos hechos pedazos?»
Pero había una voz en la lejanía que era amarilla y muy vívida.
Una fuente mística que cantaba por encima que no había diferencia entre la muerta y la vida.
“Soy el pulmón del que respira la voz del que grita. Soy el fuego de la pira y la morada divina. Estoy en todas las mezquitas y en el que se excita. Soy la miga y también la dicha.»
«¿Y por qué no te escuchamos por qué estamos tan alejados; por que somos escuálidos, pusilánimes y minusválidos?»
«Porque creéis que estáis muertos, vais todos en hileras sometidos por la indiferencia. No tenéis sueños. Sois solo esqueletos, míseros despojos que se recuestan en lo correcto. Pero no hay desdicha más indigna que faltar a la vida. Sois la apología del miedo y del no puedo; del me quedo quieto hasta que otro haga un movimiento.
Menudo estipendio de voceros y de cadáveres postreros.
¡No estáis muertos!, ¡No estás muertos!
Solo sois prisioneros de vuestro propio encierro.»
Y los difuntos se quedaron quietos. Había dudas en sus lamentos; podían escuchar sus anhelos y todos sus deseos.
Se oyeron ruegos… una lluvia de huesos y cataratas de muertos; por fin se escuchaban a ellos.
Y se hizo un arabesco para romper el entierro, la muerte predicha en el colofón de una sonrisa. Toda una algarabía en el espesor de una brizna.
Os comparto a continuación un conjunto de poemas primitivos menos conocidos, que quizás están deambulando en el histórico de las tripas del blog; pero que tienen su gracia, su significado revoltoso y ahora por lances del destino, de pronto vuelven a la palestra cargados de imaginación.
Poema El Puma sobre el poder, la fuerza, los animales de tu interior, el camino, los incisivos, el destino que has venido a cumplir y todos los dones que posees.
Juan Pablo el Sastre contaba el relato de existencia que rondaba por su cabeza: que si era efímera… que si era esquiva… que si llegaba a cansarte hasta hacerte cadáver… pues todo era vacío y completamente anodino…
Y así zurcía su hilo ante semejante descosido para coserse un chaleco divino de lustrosa seda y hilo que ponerse los domingos antes de ver a Dionisio.
Pero lo que no sospechaba es que sería testigo de lo inabarcable y positivo, todo un sinsentido más allá del raciocinio, en medio de aquella amalgama que superaba la nada.
Y sintió nauseas… Y siguió tejiendo ante aquel remiendo que sacudía el ingenio. Las palabras tropezaban en el hiato de los milenios y la boca se empequeñecía ante el final de la desdicha.
No había criatura ni contorno ni figura, perdida la mirada objetiva en las paredes de la alquimia ¿Moriría la filosofía en el recodo de la alegoría? ¿Cómo explicar un pensamiento en el espectro de lo quieto?
Y siguió tejiendo y tejiendo, ya no un chaleco sino un americana y un pantalón de feltro.
No había entierro ni se fingía ya muerto, el hilo traspasaba el cuerpo. Había zurcido con esmero un alegato de queroseno que derretía el tiempo.
Ya no había nausea había encontrado la causa que le vestiría de letanía en las mañanas vespertinas, un flujo de evidencias en las estrías del galimatías.
Y nada más despertar corriendo se fue a buscar a Simone al Bulevar. Por el Sena pasearían el resto de sus vidas. Un torrente de alegría en la mirada parisina, una fábula modista de tejido existencialista.
Y di un zarpazo a la realidad cubierto de hilaridad, de allí salieron lagartijas y moreras que estaban llenas de eccemas; pero no eran presas ni estaban ilesas, sangraban por sus lenguas historias de oscuras leyendas.
Y entonces vi un puma que atravesaba la negrura sobre un reguero de avispas, muchas parecían difuntas y gritó al aire y al vacío hasta hincarle los incisivos; quería sorber su detrito y expulsarlo de sus intestinos. Ya no había nada ni mío ni tampoco tuyo solo aquel bramido felino.
Y clavó las garras a lo específico hasta iluminar un pasillo y encontrar una puerta mugrienta y negra. Y al abrirla miró al suelo que estaba lleno de heno pero en el centro había un hueco, una pirámide reluciente conectada a un pasadizo de cortantes colmillos.
Y el puma se deshizo en trescientos acertijos, una masa oscura que oscilaba curva. Allí estaba la furia que bullía desde la curia para hablar a lo negro como si fuera un recuerdo. El mundo lo había descubierto entre telarañas de terciopelo; en una cajita cruda estaba todo tu talento. «Merece todo el respeto se acabaron los remiendos, y posponer el reconocimiento.
No hay figura que no tenga altura ni arlequín que no ría con retintín. Haz del esbozo tu finura en medio de la holgura.»
Y vi rayos sobre mi cabeza que eran color crema, en medio había un lago que susurraba en esperanto.
Y allí metí la mano y encontré la lira de un bardo. La toqué por los años hasta convertirme en anciano. Era una lira ya muy mía que pertenecía a mi familia. Cualidades muy intrínsecas que me hacían tocar con pericia.
Y el lago emitió un sonido contundente y vacío. Un flotante daguerrotipo que contenía todo lo vivo. Y allí canté una oda al infinito mientras cumplía mi destino.
Vídeo sobre el poema que habla sobre la realidad, lo que está por detrás y lo que palpita. Está en todos nosotros… solo hay que pararse y mirar. Se vienen grande aventuras.
Y vi un montón de fonemas envueltos en tu melena, bajaron por tu cadera hasta llegar a tu pubis y bucear entre sirenas.
Eras la hija de Anubis con tus vestidos cuquis pero al abrir tus piernas generó un mar multilinguis que sonó a corneta y efervescencia magenta. Y me acerqué a tu cueva para regalarte mi lengua y relamerme de tu selva.
Allí se produjo un brote con sabor a biscote, un lago de tres soles caídos desde el orbe. Una savia clandestina que bullía de tu vagina.
Y allí nos entretejimos, para aumentar el apetito y llenarlo de gemidos. Hicimos una cacofonía órfica y una bravata sónica. Nuestras manos eran melódicas en una pugna tectónica.
Y la lluvia nos sobrevino en mitad del rito, un orgasmo marítimo como rayas del pacífico, que inundó el ajuar de lino y casi todo el piso. Te toqué el cuello que estaba en pleno vuelo y tenía olor a anzuelo. Y de tus caderas salían unas aletas hechas de las mareas. Te besé la boca que sabía a roca y a lejana costa. Y te convertiste en una gota en mojada prosa, un pliegue clandestino, filamento de coito.
Y al fin te volteaste para mirarme, habías salido del trance de navegar por los mares. Una lluvia, y un embalse después de vaciarse.
Gracias a Pexels por la for
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