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Mes: diciembre 2018

Un monstruo debajo de la cama

Un monstruo debajo de la cama

Debajo de la cama hay un sonido que me atrapa,
debajo de la cama hay un gnomo que contiene el sol,
susurra y me pincha con sus zarpas;
podría ser elfo, una araña o un maldito troll.

Canta y canta hasta que la luz se levanta,
escondido bajo el somier como un faraón
y me cuenta leyendas de lo más extrañas
sobre el Olimpo, las Pléyades y Orión.

Y yo no pego ojo hasta que llega alba,
con ese monstruo tan solemne y tan tenor
que me confunde con todas esas cantatas,
su risa histriónica y su si be mol.

Ya le oigo entre el colchón y las patas
“No se duerma, no señor,
que hoy tocan cuentos y otras leyendas
sobre mil centauros y Quirón.”

Entonces se ríe el condenado:
“No, no entorne los párpados, por favor
que ahora viene el sueño magro
ese, que es mucosa de caracol.”

Y vuelo sobre cien pantanos
donde no hace frío, ni calor.
Una especie de lago cristalizado
más allá del último eslabón.

Y al amanecer miro debajo
de las sábanas y del colchón,
sin encontrar ni rastro,
ni una nota, del duende cantor.

El olvido ha jugado su mano
como un oscuro tejón,
pero es solo un amago
que retumba como un tambor.

De noche volverá el enano
con las estrellas bajo su voz,
para cantar a todas las soprano
que habitan tras el edredón.

Gracias JVAstudio por la foto

Poema de hace unos meses… que ha visto hoy su publicación.

El secreto de los octópodos (poema extraño)

El secreto de los octópodos (poema extraño)

¿De verdad, son los tercios 
el uno entre tres partes?
¿Son los medios,
una secuencia de pares?
¿Es la separación,
el mejor secreto de Agnes?

Pero me comí los números.
Y yo sé lo que vi.
Pues vi lo muy claramente.
Un resquicio óctuple
tras un recodo,
tras los brazos de un abrigo
confeccionado de octópodos
que se arrastraba por el suelo,
por los océanos
y por la capa de ozono.

…Y allí se paró
pasadas las ocho…

Y por un rato
se vistió de gacela,
de albatros
incluso de lobo,
correteando por los bosques
con ardillas en el lomo.
Y se paró en un estanque
del que bebían los condors
y miró su reflejo
por un periodo longo
y nada pudo entrever
pues estaba sordo.
No había cara,
ni ojos,
solo una líneas curvas
debajo del rostro.
Y gritó a capela
por encima de los tordos
que salieron en desbandada,
clamando y protestando
pues aquello era el colmo.

“¿Por qué nos gritas a nosotros,
que solo somos unos pájaros
entre los olmos?

¿No eres tú, una magnífica
criatura que se viste de todo?
¿Cambias entre costuras
y el oprobio,
y te rocías de ungüentos
en casi todos de los poros?
¿Dinos por qué gritas,
malvado quilombo?”

“Yo no grito,
ni siquiera hablo,
solo me combo.
Cambio de forma
y de costuras
por debajo del forro.
Ahora podría ser una roca
o un ogro
que salta en las laderas
o entre los troncos.
Pero tengo hambre
y sed de justicia
pues no encuentro pista
de aquellos octópodos.
Aquellos que vi en el cielo
y debajo de los mares
cuando estaban solos,
tapando aquel agujero
en medio del otoño.

Los vi.
Juro que los vi,
arrastrándose por el lomo
encima de las nubes
y los estanques,
cambiándose de traje
detrás del biombo….

Los vi…
Juro que los vi…
Cerca de las ocho…
Con sus ocho patas
y sus ocho escorzos…”

Gracias a Free-Photos/9111

Los gnomos del parque

Los gnomos del parque

Los gnomos del parque
están en todas partes:
en los alcornoques,
las bayas y los matorrales;
y cuando bajan al suelo
o se caen de los árboles,
corretean entre los niños
cerca de los toboganes.

Los gnomos del parque
temen al pie grande,
ese pie gigante
del que hay que huir
para que no te aplasté.
“Es la suela del hombre
y la pisada menguante.”

Los gnomos del parque
hablan de la leyenda
de un gran alce
que se ve entre los pinos
los martes por la tarde
y van en su búsqueda
entre palmas y cantes.

Y se encuentran un duende
con careta de ángel
que canta como un pájaro
un montón de disparates.

Y les muestra una esmeralda
de un verde brillante,
tan grande como una roca
oculta entre el follaje.

Y la tocan con sus dedos,
con sus pequeñas falanges,
para entrar en otra dimensión
más allá del verde cuadrante.

Y vuelan por los aires
e incluso hasta se deshacen,
uniéndose a ese verde corazón
que palpita en la gran madre.

Y cuando vuelven al parque
y salen del trance
tienen la cara pintada
como en una fiesta de disfraces.

Los duendes del parque,
pequeños gigantes
que están en todas partes.
Allí, entre las setas,
los matojos o los perales
y cuando cae la tarde
corretean entre los niños
con sus verdes trajes.

Gracias a diego_torres por la foto.

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