Conversaciones con el tiempo
Me levanté tras mucho vino
con la boca llena de larvas,
todo el traje roído
y sin poder usar el habla.
Estaba entre las matas y los pinos,
bien pasado el alba,
con barro en los tobillos
y arena en las mangas;
me salían murciélagos del ombligo
y piedras de la cara,
ya apenas escuchaba sonido
y tampoco ninguna palabra.
En medio del vacío…
Todo eran sombras sin sentido
que reptaban en nirvana,
amigos del delirio
y transeúntes del Karma.
Y extendí un dedo corrosivo
en medio de esta charada,
una especie de ruego anfibio
que iba más allá del dharma.
Y encontré al tiempo altivo,
vestido con sus mejores galas,
como una antiguo capitán de navío
que nunca suelta amarras,
ese que dominaba el destino
y los ritmos de la espada.
Y le pregunté,
Ay, tiempo, amigo mío
¿Por qué el agua me sabe amarga?
¿Es este el libre albedrío,
que está lleno de cataratas
o son las mentiras del Calvino
que se confunden con la mar salada?
Pues solo veo un ovillo
enredado como un mantra,
donde es imposible encontrar hilo
y mucho menos la calma.
¿Serán tus mareas un silbido
escondido entre tus baladas,
una especie de pez martillo
que grita por las mañanas
y que solo puede ser oído
tras el desembarco de las fragatas?
… Pero un silencio salino…
ya se escucha en las playas…
Y por fin llegué a Paramaribo,
donde la arena era naranja,
con los costados amarillos
y la respiración prana.
Y el tiempo se ha había escondido
de las escuchas y las miradas,
pues solo era un mito
que se reflejaba en el agua clara;
un cuento para los vivos
que resuena con la marejada.
(No hacia falta ni silencio, ni grito,
ni ademanes, ni palabras;
solo un tranquilo respiro
lleno de cantatas)
Gracias 851878 de Pixabay por la foto.